“Sentí que le había fallado al mundo. Sentí que como el mundo no me veía de otra manera, yo había fracasado como gimnasta y había fracasado como ser humano”. 

Fracaso.

Así es como muchos vieron a Shawn Johnson en 2008. Se suponía ser la próxima gran gimnasta en los Estados Unidos  y ganar un manojo de medallas de oro en las olimpiadas de 2008 en Beijing. En vez, ganó una medalla y resultó ser finalista, perdiendo todos los títulos a su compañera de equipo Nastia Lukin.

Ese sentimiento quedó grabado en su memoria cuando la persona presentándoles la medad de plata  se inclinó y le dijo: “Lo siento”. 

Esa desilusión la motivó a ganar en “Danzando con las estrellas” (Dancing with the Stars) al año siguiente e impulsó su intento de regresar para las olimpiadas del 2012 en Londres. Sin embargo, pronto el peso de la perfección y las expectativas a ser, lucir, y actuar como lo demás lo esperaban de ella tuvo su impacto.

Encontró libertad un día al prepararse para practicar su rutina en la barra de equilibrio. Ahí fue que algo—o alguien—le habló”.